Francisca tiene 29 años y trabaja como veterinaria. Ama a los animales, disfruta su profesión y mira con orgullo el camino recorrido. Su historia con la epilepsia comenzó cuando era apenas una niña.
A los 9 años empezó a sentirse diferente. Sin entender por qué, bajó su rendimiento escolar y eso alertó a su familia. Tras consultar a un neurólogo, una resonancia reveló la causa: un tumor cerebral, que fue tratado por un equipo multidisciplinario en Clínica Alemana.
“Era muy chica y no entendía bien lo que pasaba. Sabía que algo no estaba bien, pero nunca imaginé que fuera algo tan grande. Me acuerdo de los pasillos de la clínica, de los doctores, de mis papás tratando de mantener la calma. Yo solo quería que todo terminara rápido y poder volver a mi vida normal”.
Tras la operación, todo parecía haber quedado atrás. Sin embargo, algunos años después, Francisca comenzó a presentar crisis epilépticas, una secuela del tumor que había tenido en la infancia. Durante su adolescencia aprendió a convivir con la enfermedad y con el temor de no saber cuándo podía aparecer una nueva crisis.
“Fue un proceso muy difícil. A veces me pasaba en el colegio, otras veces en la casa, y trataba de esconderme porque me daba vergüenza y miedo de que los demás se asustaran. No entendía bien lo que me ocurría, solo sabía que después me sentía muy cansada y con los ojos llorosos.”
Con el tiempo, aprendió a identificar algunas señales.
“Sabía que algo venía cuando se me revolvía la guata o sentía un calor muy fuerte en el cuerpo. A veces alcanzaba a avisar, pero muchas otras, simplemente despertaba en el suelo, sin entender qué había pasado”.
Ya en la universidad, y después de varios años de controles y medicamentos, Francisca seguía enfrentando episodios frecuentes.
“Tomaba todos mis remedios, hacía los exámenes, seguía las indicaciones al pie de la letra… pero igual me daban crisis. Era frustrante, porque uno hace todo lo que le dicen y aun así siente que no tiene el control. Había días en que simplemente me preguntaba por qué a mí”.
En pandemia, cambió de neurólogo y fue derivada al equipo especializado en epilepsia de Clínica Alemana. La doctora Ada Chicharro y el doctor Manuel Campos evaluaron su caso y determinaron que era candidata para una cirugía.
“El foco de la epilepsia estaba localizado, así que era operable. Recuerdo que cuando el doctor me lo dijo, sentí una mezcla de miedo y esperanza. Era una decisión grande, pero por primera vez en muchos años sentí que podía haber una salida real. Solo pensaba en tener una vida tranquila”.
Antes del procedimiento, los médicos le explicaron los riesgos y el proceso de recuperación.
“Me hablaron con mucha claridad. Me dijeron que podía tener algunos efectos transitorios, como tristeza o cansancio, pero que con apoyo y seguimiento se superaban de súper buena forma.”
Francisca se sometió a la cirugía en marzo de 2024.
“Recuerdo despertar y sentir la cara hinchada, con un poco de dolor, pero también con una sensación enorme de alivio. Tuve que aprender de nuevo a mover la mandíbula y pasé un mes comiendo papillas. No fue fácil, pero lo veía como parte del camino. Estaba tranquila, porque sabía que esa incomodidad era temporal y que lo importante era lo que venía después”.
Durante los meses siguientes, se enfocó en su rehabilitación física y emocional, acompañada por su equipo médico.
“Conté con un apoyo enorme. Me ayudaron a entender cada etapa, a tener paciencia y a recuperar la confianza en mi cuerpo. Hubo días en que me sentí cansada o sobrepasada, pero también fueron los días en que más me di cuenta de todo lo que había avanzado”.
Mirando hacia atrás, Francisca no tiene dudas sobre la cirugía.
“La volvería a hacer mil veces. Fue la mejor decisión que tomé en mi vida. No solo porque eliminó las crisis, sino porque me permitió recuperar algo que había perdido hace mucho tiempo: la tranquilidad. Antes todo giraba en torno a si me iba a dar o no una crisis. Hoy puedo trabajar, planificar, salir, manejar… vivir sin miedo”.
También invita a otras personas que viven con epilepsia a informarse y confiar en sus médicos.
“Yo entiendo el miedo, lo viví durante años, pero también sé que hay esperanza. Si tienen la posibilidad de evaluarse o de acceder a una cirugía, háganlo. Vale la pena intentarlo”.
A más de un año de la cirugía, Francisca no ha vuelto a tener crisis y sus experiencias cotidianas se han renovado gracias a la seguridad que recuperó después de su operación.
“Ahora puedo trabajar tranquila, conducir, estar en cirugías veterinarias y disfrutar mi día a día sin temor. Es impresionante cómo cambia la vida cuando ya no estás esperando que algo malo te pase. Hoy puedo disfrutar los olores, los sonidos y el trabajo que amo. Incluso las cosas más pequeñas se sienten como logros enormes”.
La experiencia de Francisca demuestra que la epilepsia puede tener un tratamiento efectivo y una nueva oportunidad para cambiar la calidad de vida. Cada paso, desde el diagnóstico hasta la cirugía, fue acompañado por un equipo que la guió en cada paso.
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