Ese tiempo que compartes con tus hijos, aunque parezca simple, tiene un gran impacto en su salud física, emocional y social. Más allá del entretenimiento, el juego es importante en todas las etapas del desarrollo infantil, y cumple un rol esencial en su bienestar presente y futuro.
Te invitamos a descubrir por qué esta actividad es clave y cómo favorece el crecimiento integral, desde los primeros meses hasta la adolescencia.
Acompañarlos fortalece los lazos familiares, y es una experiencia que entrega beneficios tanto a los más pequeños como a los adultos.
Para los niños, pasar tiempo con sus padres o cuidadores les brinda un espacio seguro para compartir sus emociones, aprender normas y desarrollar habilidades sociales. A través de ellos, pueden:
Explorar su mundo interior.
Potenciar la creatividad y pensamiento flexible.
Aprender a comunicarse y resolver conflictos.
Fomentar la colaboración y empatía.
Reforzar su autoestima y confianza.
Para los padres, involucrarse en las dinámicas les permite conocer mejor las emociones de sus hijos, intereses y necesidades. Además, es una forma de construir una relación basada en la confianza y el respeto mutuo, fomentando la comunicación y el vínculo afectivo.
A medida que los niños crecen, el juego evoluciona junto con ellos. Y cada etapa refleja aprendizajes y avances distintos:
Juego funcional (de 0 a 12 meses): los bebés exploran objetos con sus sentidos, siendo la base del desarrollo motriz y cognitivo.
Juego simbólico (de 1 a 6 años): los más pequeños imitan roles y situaciones, lo que les permite estimular su creatividad, lenguaje y la resolución de problemas.
Juego paralelo (de 2 a 4 años): los niños juegan uno al lado del otro usando objetos o juguetes, observando e imitando, pero aun sin interactuar directamente.
Juego de reglas (desde los 6 años): aprenden a seguir instrucciones, negociar y respetar turnos, fomentando la socialización y la empatía.
Compartir con tus hijos en cada etapa y ofrecerles experiencias acordes a su edad es fundamental para su desarrollo integral. Aunque el juego cambia con el tiempo y eventualmente dejan atrás las actividades más infantiles, muchas de las habilidades que adquieren se mantienen en la adolescencia y la adultez: creatividad, capacidad para asumir desafíos y mayor tolerancia a la frustración.
Algunos de sus beneficios son:
Desarrollo físico: mejora la coordinación, el equilibrio, la motricidad fina y gruesa.
Salud emocional: permite reconocer y expresar emociones, pudiendo poner en palabras o de manera simbólica lo que sienten y piensan.
Regulación emocional: pueden expresar de manera lúdica dificultades, lo que permite un alivio, reducir el estrés y la ansiedad.
Habilidades cognitivas: estimula la memoria, la atención y la resolución de problemas.
Relaciones sociales: fomenta la cooperación, el respeto y la convivencia con otros.
Cuando los adultos no pueden acompañar en estas dinámicas, es importante que entreguen a sus hijos espacios y actividades seguras. Algunas pueden ser:
Actividades dirigidas por cuidadores o profesores: como juegos infantiles, juegos de mesa, deportes o cuentacuentos.
Juegos libres en entornos protegidos: estimulan el desarrollo motriz, fortalecen la autonomía y la toma de decisiones.
Interacciones con pares: permiten que cada niño o niña potencie sus habilidades sociales y emocionales en un entorno donde la interacción social esta presente.
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