En el desarrollo infantil, el descanso es tan esencial como el juego y el aprendizaje. En este contexto, la siesta desempeña un papel crucial en su desarrollo físico, emocional y cognitivo.
En este artículo, exploraremos por qué las siestas son más que un simple descanso, sino que una herramienta fundamental para potenciar la energía, mejorar su concentración y favorecer el crecimiento saludable.
Desde el nacimiento hasta los 5 o 6 meses de edad los lactantes duermen entre 15 y 16 horas al día, con un patrón intermitente que depende de la alimentación. En esta etapa, no hay una distinción clara entre día y noche, y el sueño está fragmentado.
El concepto de siesta como tal aparece desde los 6 meses, cuando se introducen alimentos sólidos en su dieta. En este periodo, el sueño total diario disminuye gradualmente a unas 14 horas. Los niños a esta edad ya suelen dormir de corrido durante la noche y hacen 2 siestas diarias: una en la mañana, según la hora en que despierten, y otra después del almuerzo, las que pueden durar entre 1 y 2 horas cada una.
Entre los 2 y 5 años, el reposo se reduce generalmente a una sola siesta por la tarde, y el sueño total, incluyendo el nocturno, oscila entre 11 y 12 horas al día.
A partir de los 5 años, con la llegada de las rutinas escolares, la siesta tiende a desaparecer. Sin embargo, en algunas culturas y familias, este hábito puede extenderse por más tiempo.
Para los pequeños en crecimiento, el dormir es tan importante como la alimentación. Estudios han demostrado que los niños de 2 y 3 años que dejan la siesta podrían mostrar más ansiedad, menos alegría y menos interés por su entorno.
El sueño también es fundamental para el desarrollo cerebral. Durante la siesta, se consolidan la memoria y la organización de la información, lo que ayuda a aprender y retener conceptos de manera más eficiente.
Cuando un niño está cansado y con déficit de sueño, es más propenso al mal humor y la irritabilidad. Una siesta breve puede recargar su energía, mejorar el estado de ánimo, fomentando así la creatividad y el interés en actividades exploratorias.
Además, el sueño refuerza el sistema inmunológico. Durante las siestas, el cuerpo produce inmunoglobulinas específicas que ayudan a prevenir infecciones, por lo que el descanso adecuado fortalece el sistema inmunológico, reduciendo las probabilidades de enfermarse.
Por último, las siestas durante el día no siempre interfieren con el sueño nocturno. De hecho, en muchos casos, un descanso adecuado puede favorecer un mejor dormir en la noche. Sin embargo, algunos niños requieren menos horas, por lo que una siesta muy tardía podría dificultar que concilien el sueño al acostarse.
Colocar a tu hijo acostado de espaldas, preferiblemente en su cuna o cama, sobre un colchón firme.
Asegurar que su cara y cabeza estén descubiertas y evitar el sobrecalentamiento manteniendo una temperatura confortable en la habitación.
Confirmar que sus necesidades de contacto, cariño y alimentación estén resueltas antes de la siesta. Esto evita que asocie el momento de dormir con la única oportunidad de recibir atención.
Acostar a los niños cuando estén somnolientos, para que aprendan a conciliar el sueño de forma independiente.
Transmitir tranquilidad con su lenguaje corporal. Es importante estar cerca, pero evitar conversaciones que puedan distraerlo del objetivo de dormir.
Establecer un horario regular para la siesta y mantenerlo incluso los fines de semana.
Evitar juguetes colgantes o barandas en la cuna, especialmente cuando tu hijo comience a tirar de ellos o a escalar, lo que ocurre generalmente alrededor de los 12 meses.
La siesta es un recurso invaluable para el desarrollo saludable de tus hijos. Por lo que, adoptar buenos hábitos desde temprana edad no solo promueve su bienestar, sino que también les ayuda a crecer con energía y felicidad. Si tienes dudas sobre cómo guiarlos para lograr un buen descanso, puedes reservar una hora con uno de nuestros pediatras por Telemedicina.